El orgullo es un sentimiento extraño. Es común pero extraño. Casi todas las cosas comunes cuando las pasamos por el microscopio se nos revelan sorprendentes.
¿Qué pensaría alguien si yo dijera: “No estoy orgulloso de mi hijo.”?
Pensaría o bien que mi hijo es un desastre o bien que por las razones que sea no lo aprecio.
Y dirían: “Algo hará bien el chaval, alguna cosa tendrá positiva para que pueda su padre sentirse orgulloso, ¿no?.”
Pero es que yo no quiero estar orgulloso de mi hijo.
¿Por qué.? Porque cuando está uno orgulloso de cualquier acción o característica de su hijo, de manera más o menos inconsciente lo que está haciendo es reclamar para sí mismo una parte del mérito. Estar orgulloso de un hijo, ya sea en la intimidad o ante otras personas, es querer ser también objeto de aplauso.
(El actor está en el escenario después de finalizada su gran actuación y una merecida ovación estalla en la sala, entonces el “autor” no puede reprimirse y sale también a escena para arrogarse el porcentaje de aplausos que cree le corresponden.)
El padre comete la torpeza tantas veces denunciada de proyectarse sobre el hijo. El hijo ha hecho algo meritorio y el padre cree que en buena medida se debe a él, por eso está orgulloso, porque lo cree obra suya: “Este es mi Pedro....Esta es mi Laura...sniff, sniff.”
Y lo malo de proyectarse uno en su descendencia es que si por una cosa u otra, el chico sale un cabrón, el padre también se sentirá culpable de ello, aunque, maticemos, con ciertas reservas: “No sé dónde he fallado. Esta manera de comportarse no la ha aprendido en casa. Además nunca le ha faltado de nada. No sé cómo se está volviendo.”
A los hijos una vez que han dejado de ser unos desvalidos renacuajos, los padres ni siquiera tienen la “obligación” de quererlos y mucho menos de estar orgullosos.Los sentimientos no pueden regirse por costumbre ya que entonces no son sentimientos sino tradiciones.
Yo quiero a mi hijo porque me da la santa y real gana, porque me lo pide el cuerpo, pero sobre todo, sobre todo, porque me cae bien, y no siento ninguna necesidad de cargar con sus culpas ni de atribuirme alguna parte de sus éxitos.
Cuando la cague, me sentiré mal porque lo quiero y cuando acierte, me sentiré bien porque lo quiero, no porque crea que ha hecho algo como yo lo hubiera hecho.
Parodiemos:
“Mi hijo es cirujano jefe del hospital, lo sacó todo con sobresalientes y además se pagó los estudios trabajando por las noches...” (Oh, por favor, apláudanme también, que a fin de cuentas es producto mío.)
“Fíjense todos, qué bien lo he criado.” “Es mi hijo, y ha llegado a cirujano, y como me he matado a trabajar para que él pudiera tener todo lo que a mí me faltó, estoy muy orgulloso de él, o sea de mí.” (Él está siendo todo lo que yo hubiera querido ser.)
“Fíjense todos, ya es un pedazo de cirujano, como yo y como lo fue su abuelo y su bisabuelo y su...” (Él ha hecho lo que esperaba. No ha traicionado a la sagrada línea de sangre. Estoy orgulloso porque he sabido inculcarle los valores de nuestra estirpe, o sea, tengo mi parte de mérito.)
La gente quiere a sus familiares porque a ello les obliga la cultura heredada y se hinchan de orgullo cuando las cosas salen bien para ser admirados a través de sus hijos. Es un sentimiento tribal, una postura de clan. Pues bien, yo me niego a querer a un hijo mío por las cosas de la sangre. Si no me cayera bien, no lo querría, sería incapaz de quererlo. También, puestos a preferir, prefiero que me quiera porque le soy simpático y no porque esté orgulloso de mí. No necesito su orgullo para nada.
Joder, hay gente que está orgullosa por conocer a Ronaldinho o por haber estado en una cena con Julio Iglesias y Alejandro Sanz, ¿a que sí.? Supongo que piensan que eso les libera de un tanto por ciento de mediocridad.
Que mi hijo sea mi hijo y yo sea su padre, es algo casual, no planeado.
Que mi mujer sea cojonuda no es fruto de mis “maravillosas dotes como elector de pareja o de mis formidables técnicas para adiestrar o modelar a una jovencita y hacer de ella la buena persona que es hoy.”
Todos influimos en todos, eso es natural y cierto, pero nadie es el autor de nadie.
(Hija mía, no quiero estar orgulloso de ti: Con poderte seguir queriendo, ya basta.)
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